viernes, 29 de junio de 2012

Una experiencia pedagógica y constructiva




Hace unos días tuve la suerte de colaborar con una composición musical propia sobre una letra escrita por Xose Lois Seixo, fundador del grupo musical “Pirilampo”, para un trabajo pedagógico de la Asociación Pedagoxica Galega llamado ritmo do son”. La canción llevaba por titulo“ voz do son”, una pieza musical ideal para los niños de cero tres años donde se les enseñaba asociar los sonidos reales tanto de personas como ambientales con un soporte musical muy estimulante junto una letra donde se les va diciendo como es un sonido real.


Las escuelas municipales de Monte Alto, Os Cativos y Carricanta junto a los alumnos del ciclo superior de Educación Infantil del IES Ánxel Casal son los que desarrollan el proyecto a partir de Marzo, vinculado a actividades científicas relacionadas con el sonido para menores de 3 años.


Las actividades serán presentadas públicamente en el Día de la Ciencia en la calle, organizada por la Asociación de Amigos de la Casa de las Ciencias y los Museos científicos coruñeses el primer sábado de Mayo.

http://www.youtube.com/watch?v=rxCjGJLg-°©‐7U

viernes, 8 de junio de 2012

Bill y el reloj de arena

El día que Scott se estrelló con su coche contra aquel maldito árbol tenía apenas veinticinco años, y durante meses no fui capaz de volver a tocar el piano, ni siquiera en mi propia casa. Desde entonces los días, los meses, los años, todo el tiempo comenzó a durar de una forma insoportable. Subía cada noche las escaleras con las manos guardadas en los bolsillos sin fondo de mi desmesurado abrigo de lana, apretando la rabia hasta el primer piso, el desasosiego alcanzando a duras penas el segundo, la angustia o algo muy parecido sujetaba mis pies al vacío a tan solo un paso de la tercera planta, y, por fin, la certeza de no comprender nada mientras abría una vez más una puerta tras la cual todo permanecía igual aunque ya nada era igual. No volvería jamás a serlo. Apenas diez días antes, aquel domingo, habíamos tocado los tres en el Village Vanguard. Scott y Paul y yo y Scott y yo y Paul y yo y Paul y Scott. Diez días. Scott apretaba sus labios en un nuevo intento por conservar herméticamente el preciso instante en que sus dedos tocaban las primeras notas de "Gloria's steps". Catorcemilcuatrocientosminutos y Scott apretó para siempre sus labios en el instante preciso en que sus dedos tocaron para siempre las primeras notas... Ochocientossesentaycuatromilsegundos como granos de arena en los bolsillos sin fondo de mi desmesurado abrigo de lana arañándome las manos de Scott en el preciso instante en que sonaban, ya para siempre, las primeras notas de "Gloria's steps" atrapadas en sus labios herméticamente cerrados. Recuerdo constantemente aquella primera gira a principios de los 60 que nos llevó desde Boston a San Francisco. En la habitación del hotel, antes de marchar hacia el club, Scott siempre cogía su contrabajo como si fuera una mujer, con la piel de madera, cálida y suave, y en un momento imprevisiblemente preciso, lo recostaba en el suelo dejando sonar una última nota que recorría las paredes y la luz y el aire y se metía por el cuello de nuestras camisas y nos acariciaba la piel y todo parecía tener una palabra exacta para ser nombrado y todos los granos de arena del reloj parecían caer sin fin. Y, entonces, subíamos a un taxi que nos conduciría hasta una noche especial (nunca encontré un adjetivo a la altura de aquellas noches). Eterna. Aquella eternidad duró dieciocho meses. Después, Scott se estrelló con su coche contra aquel maldito árbol. Tenía apenas veinticinco años. Había nacido en el mes más cruel. Y yo decidí suicidarme lentamente. En un después interminable.