lunes, 23 de enero de 2012

Etta James




Nos ha dejado una de las grandes voces negras de todos los tiempos. Empezó de la mano del gospel cuando era todavía una niña y recorrió una larga trayectoria con muchas subidas y algunas bajadas. Vivió la transformación musical desde los 50 a nuestros días, pasando por el blues, rithman blues, soul,... que interpretó maravillosamente en sucesivas etapas, influenciando a muchos.

Etta James es ya un clásico. Su voz profunda salía directamente de dentro, con intensidad y contundencia. Sus temas más populares "At last", "I Just Wanna Make Love To You", "All I Could Do Is cry" y "I'd Rather Go Blind" entre otros, forman parte de los grandes temas de la historia de la música.

Gracias, Etta

sábado, 14 de enero de 2012

Jimmi & Mi (les)

Fue a finales de los años sesenta, seguramente de eso es de lo único que podría estar seguro. La eternidad, al contrario de lo que cabría esperar, te hace dudar de todo.
En aquel tiempo subía al escenario luciendo aquellas chaquetas de lentejuelas rojas y aquellas gafas de sol tan horteras y tocaba de espaldas al público tal y como ordenaba la modernidad. La amplificación y el rock habían entrado en la música echando la puerta abajo, revolucionándolo todo y yo me encontraba una vez más en mi salsa, volvía a ser dios una vez más, y el público me adoraba aunque le diese la espalda. Fue en aquel tiempo cuando Bette (por entonces Betty Davis) me presentó a Jimmi.
Era un atardecer más de un mes de julio o quizás junio en que me había despertado con una resaca impresionante, después de aquella noche en que la discográfica había tenido la estúpida idea de celebrar el décimo aniversario de la grabación de "Kind of Blue", y había tenido que soportar a un puñado de gente idiota que reía sin parar como si la vida no fuese más que un chiste de blancos.
Betty (o Frances) no dejaba de advertirme que tenía que ir al concierto que daba esa noche un negrohijodeputa en el festival de Newport, en Rhode Island.
Newport. Joder, todavía hoy, cuando he perdido la cuenta de los años que llevo muerto, me tropiezo con algún pesado que me silba en la nuca aquel solo de "Round Midnight" que toqué en el '55, y me pide, en el colmo de lo absurdo, que le firme el elepé o que nos saquemos una foto juntos. ¿Para qué cojones quiere un muerto el autógrafo de otro muerto? ¿Se hará una paja cada vez que vea nuestra foto juntos? Pero lo cierto es que cuando me levanto las gafas de macarra para firmarle el puto disco no dejo de recordar a John abriendo con su saxo las puertas de la gloria.

El caso es que yo tenía aquella tarde una resaca de cojones y tan solo quería quedarme en casa y escuchar un par de discos bebiendo algo y telefonear a Gil para que me aconsejase sobre una nota con la que entrar en un blues. Todavía escucho a Gil al otro lado del teléfono: ¡Joder, Miles, deja que el batera te abra la puerta con un golpe de platillo y entra con la última nota y que John te acompañe en quinta disminuida, y cuelga el puto teléfono de una puta vez!
Pero Bette (o Frances) no dejaba de insistir en aquello de Newport, tenía tres entradas e iría al concierto acompañada, conmigo o sin mí. No me quedaré encerrada entre estas putas cuatro paredes.
Recuerdo que entré arrastrándome al cuarto de baño, casi sin tiempo para desatar el nudo de aquella bata de seda que había encargado con mi nombre bordado en letras grandes a la espalda como la de los boxeadores y que, al salir, me vi de repente sentado en una de aquellas sillas de madera en la primera fila, con el escenario ocupando todo el espacio que cabía en mis ojos y a Jimmi enchufando el jack de su guitarra blanca a un Marshall y supe que Bette (o Frances) tenía razón: aquel era un negrohijodeputa. Como yo. El público gritaba y silbaba y aplaudía y las tías parecían alcanzar el orgasmo viendo a Jimmi tan sólo enchufar su guitarra.
Todavía el cielo era turquesa como su ropa cuando empezó a tocar aquella introducción a un blues (creo que era "Red House") que hizo que mis dedos se moviesen como si estuviesen cabalgando sobre los pistones de mi trompeta como nunca lo habían hecho, como si algo indomable estuviese eligiendo, una vez más, mi futuro.
En aquel entonces todos en la banda parecían decidir su futuro un día sí y otro también. Ron decidió abandonar la formación antes que abandonar su contrabajo. Así que contraté a Vitous por unos meses y, más tarde, a Dave Holland. Herbie y Tony querían hacer su música, y yo, como siempre, quería hacer la mía. En aquellos días tocaba con tres teclados (Herbie, Chick y Joe) y dos bajistas (Ron y Dave). Aquella música parecía acelerar el tiempo de todo, para siempre.
Al final del concierto me acerqué al camerino a saludar Jimmi. Recuerdo que besó los labios de Bette (o de Frances) y que yo sentí como si sus grandes labios de negrohijodeputa besaran la boquilla de mi trompeta. Me dijo que llevaba tiempo escuchándome y que intentaba tocar en su guitarra esas capas de sonido que salían del saxo de John. Era un tipo completamente distinto a como la gente creía que era. Tan distinto que los negros lo despreciaban por creer que hacía música para blancos.
Después de aquel encuentro vino a visitarnos a casa unas cuantas veces y tocamos una música para la que ningún futuro se encontraba todavía dispuesto. A veces ocurre algo irrepetible en la vida, como cuando te encuentras en casa tomando un whisky con tu alma gemela, como sucedió con Ellington y Strayhorn, o cuando conocí a Bill o a John o a Wayne o a Gil (joder, yo siempre tuve más de un alma gemela).
Tengo el recuerdo de Jimmi como un tipo agradable, tranquilo e intenso. Yo me sentaba al piano y él sentaba en su regazo aquella acústica de doce cuerdas y Bette (o Frances) nos preparaba unos tragos que eran, en realidad, una declaración de amor. La última vez que nos vimos le dejé unas notas escondidas en el forro de su casaca, con la certeza de que el próximo encuentro sería en el estudio de Rudy y que grabaríamos algo que nadie había nunca escuchado, ni ayer, ni hoy, ni mañana.
Le invité a participar en la grabación de un álbum sobre un tema de Joe Zawinul, "In A Silent Way", pero él se había largado a Londres a morir y a ser el mejor negrohijodeputa tocando una guitarra blanca.
No estoy del todo seguro, la eternidad te hace dudar de todo, pero creo que de aquellos encuentros entre Jimmi y yo quedaron dos o tres grabaciones que quizás Frances (o Betty) haya conservado entre las ropas del armario, quizás entre aquel vestido de seda del color del melocotón y mi bata de boxeador.
En esta eternidad tan larga, echo en falta que algún jilipollas venga a silbarme en la nuca aquella música con la que nunca me sentí tan negro y tan dios. En esta eternidaden la que todos los días son mañana.







jueves, 5 de enero de 2012

Duke

">Hoy me desperté con una extraña sensación en la yema de los dedos. Fue algo así como si al despertador le faltase el minutero o a la camisa le faltasen un par de ojales o al periódico nuestro de cada día le faltase un desastre definitivo en su primera plana. Todo transcurrió con la perfecta apariencia de los gestos cotidianos de la primera hora de la mañana hasta que acerqué a mis labios la taza de café y pude constatar que mi dedo corazón de la mano izquierda carecía de huella. Al principio no encontré una explicación racional a tal fenómeno; pero últimamente no encontraba explicaciones racionales a tantas cosas... así que tampoco puedo decir que me sintiese del todo sorprendido o contrariado. De hecho, no recuerdo haber pensado ni por un momento en despertar a mi mujer o acudir al hospital o consultar la wikipedia.

Lo cierto es que recordé que esa misma noche me había soñado convertido en Ellington. Estábamos de gira, al final de un concierto en Pittsburgh. Era al final de los años treinta. Alguien de la banda me había dicho que tenía que hacerle una visita a un tal Billy Strayhorn, un tipo que trabajaba en una farmacia y que tocaba como nadie "Sophisticated Lady". Al final del concierto subí a un taxi y fui a su encuentro. Dios, aquel tipo tenía algo especial. Pasamos un buen rato tocando y hablando de música. Antes de marcharme y de que amaneciera le pedí que me hiciese una visita si algún día se dejaba caer por New York. Cuando vino a visitarme no recordaba exactamente la dirección; entonces dibujó unas notas en un papel como si se tratase de una especie de plano, a fin de encontrar el camino. Aquellas notas eran "Take the A train".

Y entonces sonó el maldito despertador con su maldita puntualidad y me desperté con una extraña sensación en la yema de los dedos.

Creo que, por encima de todo, Duke tenía un oído excepcional. Nadie es capaz de marcar el ritmo al piano con apenas unas notas como lo hace Ellington, al menos nadie que yo conozca. Tampoco conozco a nadie con el dedo carazón de la mano izquierda sin huella. Tal vez sirva para tocar el silencio.